Asi sería el mundo tras una hecatombe nuclear
Cómo sería nuestra vida tras una hecatombe nuclear. Si Rusia y Estados Unidos dispararan sus misiles podría darse una reacción en cadena que devastase el mundo.
La principal pregunta es: ¿sobreviviría la raza humana? Pero hay más: ¿qué partes del planeta serían habitables? ¿Cuánto tardaría la naturaleza en restaurar su propio orden?
Los más optimistas quieren creer que en la capacidad de supervivencia de la raza humana. Pero lo cierto es que las explosiones atómicas, además de millones de muertes directas, provocarían cambios profundos que dificultarían mucho la vida en la Tierra.
Uno de los fenómenos más mencionados como trágico efecto secundario de una hecatombe atómica es el llamado "invierno nuclear". ¿En qué consiste?
Los científicos llevan desde la Guerra Fría augurando que una cadena de explosiones nucleares generaría tal cantidad de humo y particulas en suspensión que el sol quedaría cubierto durante meses y las temperaturas se desplomarían.
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Según Nature, algunos estudios llegaron a señalar la posibilidad de que la temperatura del planeta bajase bruscamente hasta 10º, lo cual estropearía cosechas enteras y generaría hambrunas sin precedentes.
El Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA hizo un estudio que calculaba que tras una cadena de explosiones nucleares global descenderían las cosechas de maíz en un 13%, las de trigo en un 11 % y las de soja en un 17%.
Grandes productores como Estados Unidos y Ucrania se verían, por supuesto, muy afectados. En tres años, según dicho estudio de la NASA, desaparecerían las reservas de cereales. La importación resultaría una tarea muy complicada. El hambre azotaría el planeta.
Hay investigaciones modernas que rebajan la posibilidad de un "invierno nuclear" duradero y sostienen que el efecto podría ser algo más suave. Pero hay consenso científico en que una hecatombe nuclear afectaría al clima y la naturaleza en el planeta.
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Según un informe de la oceanógrafa Nicole Lovendusk de la Universidad de Colorado Boulder (recogido por Nature), el enfriamiento global provocado por un invierno nuclear o una bajada brusca de las temperaturas podría rebajar la capacidad de los mares para absorber carbono (CO2).
Siempre según las conclusiones de Nicole Lovendusk, en unos años bajaría en picado el PH de los mares y descendería el nivel de aragonito. La traducción práctica de esos cambios en los oceános sería una disminución de la vida submarina.
Hay quien, incluso, cree que esos cielos oscuros del invierno nuclear y ese enfriamiento haría que los vientos alisios cambiaran de dirección. Lo expuso Joshua Coupe en una convención de la Unión Geofísica Estadounidense, y añadió que sequías y lluvias torrenciales serían consecuencia de ese cambio en los alisios.
Más allá de esos efectos climáticos y globales, estaría el desastre más evidente: las principales ciudades del mundo convertidas en ruinas, vidas humanas perdidas, enfermedades por radiactividad, infraestructuras anuladas que nos devolverían a un momento casi preindustrial.
En principio, unos cinco días después de una explosión nuclear podrían salir de sus refugios las personas que estuvieran en las áreas atacadas. Pero es más difícil calcular cuánto tiempo permanece la radiactividad en el terreno, dependiendo de la climatología, los vientos, etc. Lo mejor, abandonar las zonas devastadas.
Además de los muertos de modo directo por obra de las explosiones, se desencadenaría un número incalculable de enfermedades provocadas por la radiactividad. Los sistemas hospitalarios (dañados en una hecatombe así) seguramente tendrían difícil dar respuesta a esa oleada de pacientes.
Basta con echar un vistazo a la Wikipedia ('Effects of Nuclear Explosion') para hallar otra característica de un mundo posnuclear: el llamado efecto NEMP (pulso electromagnético nuclear coherente) inutilizaría la inmensa mayoría de los aparatos electrónicos.
Hasta que pudiese resolverse ese "silencio tecnológico", en las zonas devastadas por la explosión nuclear (y mucho más allá) se volvería, de alguna manera, a la Edad de Piedra.
El cine posapocalíptico es un género con abundantes títulos desde los tiempos de la Guerra Fría. Allí suele dibujarse un horizonte deprimente de violencia para sobrevivir, donde manda la ley del más fuerte. En la imagen, 'Mad Max' (que fantasea con un apocalipsis por escasez de petróleo).
No obstante, el futuro nunca está escrito y los peores pronósticos no siempre se cumplen. Sobrevivimos a una gran pandemia gracias a las vacunas y podemos evitar la guerra atómica. E, incluso, si hubiera una hecatombe de esas características, el ser humano tiene una casi infinita capacidad de adaptación. Ojalá no tengamos que ponerla a prueba.
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