Un trapo y una cárcel o el curioso origen del cepillo de dientes
¿Cuántas veces te lavas los dientes al día? Esta pregunta implica que, más allá de la respuesta, demos por hecho que en casa tenemos un cepillo de dientes para hacerlo. Pero, ¿sabía que el origen del cepillo de dientes contemporáneo está en una cárcel?
A finales de siglo XX, el Instituto de Tecnología de Massachusets (MIT) hizo una encuesta en la que preguntó a miles de norteamericanos por los inventos más importantes de la historia. Microondas, móvil, ordenador y coche ocupaban del segundo al quinto puesto, pues el primero fue para el cepillo de dientes.
Toca remontarse al año 300 a. C. para encontrar las primeras referencias a cepillos de dientes cuando, en las tumbas egipcias, se encontraron ramas que se usaban a modo de cepillo dental.
Para poder usarlas, se adaptaba un extremo de la rama para que éste tuviera un tacto más blando y fibroso y no dañar la dentadura al limpiarla.
Hay que saltar hasta el siglo XVI en China para encontrar un primer cepillo dental medianamente moderno. Se usaba un hueso de marfil al que se le ponían pelos de animales que vivieran en climas fríos, por ser más duros. Eran otros tiempos.
No tardó mucho en llegar a Europa, aunque durante décadas fue un elemento de lujo, al que sólo tenía acceso la nobleza por su alto coste, pues en el Viejo Continente se usaba marfil para el mango y crines de caballo para las cerdas.
Pero en ésas que llegó el Dr. Pierre Fauchard, padre de la Odontología, y en 1723 ofreció la primera explicación sobre un correcto cepillado de los dientes.
El doctor Fauchard consideraba que los cepillos de la época eran demasiado blandos y su cepillado no era óptimo, por lo que sugirió cambiarlos por esponjas naturales para frotarse los dientes con fuerza.
Quienes preferían el método original, iban cambiando las crines de caballo por pelo de tejón, plumas de aves o, directamente, mondadientes de plata.
Sin alguien que pusiera al mundo de acuerdo en la mejor forma de afrontar la higiene dental, llegó 1770, año en el que William Adis estaba encerrado en la prisión de Newgate, en Londres, por causar disturbios en Spitalfields.
El tiempo muerto que pasó entre rejas, llevaron a que se preocupara de su inmaculada dentadura que, por aquel entonces, solía limpiarse con un trozo de tela de lino combinada con sal.
Obviamente, la tela de lino en la cárcel no era lo más higiénico y decidió buscar alternativas. Así, un día se guardó un hueso de la cena y consiguió hacerle varios agujeros en los que pegó varias cerdas. Sin saberlo, William Adis estaba cambiando la sociedad, tal y como se conocía.
De hecho, al salir de la cárcel, mejoró su invento, lo comercializó y, obviamente, se hizo millonario. Y sí, es cierto que el concepto de cepillo ya se tenía pero fue su diseño el que se viralizó y que, en cierta medida, ha llegado a nuestros días.
Con el paso del tiempo, las cerdas se cambiaron por nailon, se hicieron más suaves o se creó el cepillo eléctrico. La realidad es que el diseño de cepillo de dientes de William Adis se mantiene en los actuales.
Por cierto, el primer enjuague bucal del que se tiene constancia fue desarrollado por Escribonius Largus, un médico romano del siglo I a. C. que mezcló polvo de piedra pómez, miel, sal y vinagre. ¿A que ahora el que usas no parece tan picante?